Παρασκευή 30 Ιουλίου 2010

Javier Lizardi, máximo exponente de la lírica vasca

José María Agirre, conocido por Javier Lizardi (1896-1933) es sin duda uno de los máximos exponentes de la lírica vasca. Nacido en Zarautz, se trasladó a Tolosa cuando era muy joven, estudió Derecho en Madrid y participó en la fundación de la sociedad Euskaltzaleak en 1927 (agrupación de personas con el propósito de desarrollar una cultura vasca en euskera), asumiendo su liderazgo. En 1930 acude al Certamen de Poesía Vasca de Errenteria con sus bellas poesías Otartxo utsa (El cestito vacío), Parisko Txolarre (Gorrión parisien) y Agur (Adiós). En el certamen del año siguiente presentó el poema Urtegiroak (Las estaciones del año) que ha sido considerado como su obra cumbre. Sus libros más importantes fueron dos poemarios, el primero titulado Biotz-begietan (En el corazón y en los ojos, 1932) y el segundo Umezurtz olerkiak (Poemas de huérfano, edición póstuma de 1934). La formación de Lizardi era muy variada y profunda. Este hecho desempeñó un papel muy importante en su obra. La literatura española clásica y contemporánea, los autores griegos y latinos, así como los autores vascos, llevan su impronta en la obra de Lizardi. Si bien sus primeras obras tienen un aire romántico, a partir de 1925 las ideas de Arana comienzan a aparecer en sus poemas, que ya se caracterizan por una depuración del lenguaje y por la utilización de estrofas métricas nuevas, breves y leves, de factura modernista. Su lenguaje es elaborado y algo difícil, pero despierta al lector un nuevo interés. Podríamos decir que ésta es una gran aportación que hizo Lizardi a la poesía vasca, ya que le dotó con un nuevo aire, una nueva estética. Lizardi pretendía estar a la cabeza de una vanguardia literaria renovadora que convirtiera el lenguaje poético de aquella época en un lenguaje más vívido, expresivo, denso y completo, por lo que intentaba equilibrar en su poesía el sentimiento con el pensamiento e introducir una nueva percepción de la belleza en la lírica vasca y una visión muy personal de la vida y de la naturaleza. Para Michelena, “Lizardi es ante todo un transmutador, y esto es en él actitud natural y espontánea, no el resultado de un propósito preconcebido de “crear belleza”: sensaciones, emociones e ideas se vuelven en sus manos depurada materia estética”. Aunque no podemos situar la poesía de Lizardi dentro de las vanguardias existentes en la Europa de aquella época (no es ni surrealista, ni ultraísta, ni creacionista en el sentido estricto del término), podemos decir con seguridad que realizó dos revoluciones que lo convirtieron en el gran renovador de la lírica: rompió con el modelo de la poesía romántica y creó una poesía lírica que fue muy diferente a la tradición de los bertsolaris, tan arraigada en la tradición vasca. Sin embargo, muchos investigadores sostienen que no se tiene que ver con una transición abrupta. Sus temas se giran alrededor de tres ejes: la naturaleza, el idioma y la patria, así como también la pérdida de los amados y la muerte. La naturaleza que canta Lizardi se refleja en poemas dulces y simbólicos , en un paisaje vasco consagrado y lleno de colores, en la observación y la descripción de sus ciclos, donde el poeta encuentra consuelo a una realidad que, por falta de sentido, comienza a ser insoportable: Se extingue la luz de las estaciones del año, y en mi alma resuena el eco del pasado. ¡Volved a mí, épocas que ya se fueron, traedme cada una vuestro don: una, la esperanza; otra, la resurrección; la tercera, la plenitud de la vida. De todas vosotras precisa mi corazón, pues el eco de mis viejos versos me da nostalgia del pasado. (Paisaje de las estaciones, 1930)

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